lunes, 15 de noviembre de 2021

El programa de Garci



Como pasajeros del tiempo, el viernes pasado por la noche volvimos a los primeros meses de 1995, cuando José Luis Garci comenzó su programa de ¡Qué grande es el cine!, para conmemorar el centenario del nacimiento del cine. En aquel momento no creo que fuera el propósito, ni que ninguno fuera consciente, pero luego ha resultado evidente que aquel programa dejó huella entre una cierta cinefilia.


A menudo en los últimos años me he preguntado por los jóvenes cinéfilos de ahora, que echan los dientes entre descargas, redes, foros y páginas como IMDB o Filmaffinity. Si pueden imaginar lo que supuso el programa de Garci. Cuando se emitió el primer programa, tenía apenas dieciséis años y mi interés por el cine había comenzado unos meses antes, con quince, en el verano del 94, después de la compra casual de un ejemplar de Fotogramas. Una cinefilia de los años noventa, viviendo en provincias, no es como ahora, con mozos que han visto 5.000 películas antes de cumplir veinte años, que conocen la filmografía completa de Ford, Hitchcock, Lang o Renoir, que lo que no conocen lo descubren en menos de un minuto pinchando en un nombre, que han podido ver la mayor parte de todo eso y en versión original, que lo tienen guardado en sus ordenadores y lo pueden volver a ver siempre que quieran.


En provincias en los años noventa, con suerte algún primo mayor te pasaba alguna película que tenía grabada de algún pase en la televisión, a saber en qué condiciones, o la podías comprar en vídeo, pero con un fondo editorial mucho más escaso que el actual de DVD y bluray. Si tenías suerte y pillabas algún monográfico de Dirigido, te enterabas de la filmografía de algún director. Por supuesto, pensabas que no ibas a tener ocasión de ver todo eso en la vida. En mi caso, estimo que tuve suerte, porque precisamente en el año 95, con la conmemoración del centenario, salieron muchas listas de las XX mejores películas, que sirven para tener un hilo del que tirar y para ir empezando a ver cosas. Y a iniciar algo parecido a formar un criterio.


En ese momento y en esas circunstancias, el programa de Garci fue un pequeño milagro. Gracias a Garci conocí a cineastas cuyos nombres oía por primera vez: a Lubitsch, a Mizoguchi, a Murnau, a Borzage, a Dreyer, a Ophüls, a Vigo. Y, entre los que sí había conocido de oídas antes, gracias a su programa vi mi primer Hitchcock, Encadenados, mi primer Buster Keaton, El maquinista de La General, mi primer Ozu, Cuentos de Tokio, mi primer Erice, El sur. Y de alguno de quien había visto alguna película anterior, vi en el programa de Garci la que luego terminó siendo mi película preferida suya, como Jean Renoir y El río, o como Orson Welles y Sed de mal. Gracias a Garci conocí las listas decenales de Sight & Sound y los antagonismos de esta revista y Cahiers du cinéma. Gracias a Garci supe por primera vez de la mitología alrededor de la nouvelle vague.


Todo esto lo hubiera terminado conociendo antes o después por otros medios, pero lo cierto es que no lo conocí por otros medios, sino gracias al programa de Garci. Gracias a Garci conocí a Miguel Marías y a Torres-Dulce, y lo que suponía afirmar que para ver tal película habías tenido que viajar adrede a un sitio en el que te habías enterado de que se iba a proyectar, o que para saber más de algún director habías comprado un libro no editado en España, en algún idioma extranjero. Lo que suponía afirmar que habías visto tres veces una película la tarde que se estrenó, como Miguel Marías con Gertrud, o que la habías visto catorce veces antes de que desapareciera de la cartelera, como el mismo Marías con Marnie, o que la habías visto cincuenta y tantas veces en tu vida, como Torres-Dulce con Centauros del desierto. Lo que era tener una película a la que vuelves cada año. Lo que era una medicinal movie.


También tuve mis discrepancias con Garci. Tardé mucho en apreciar a John Ford. Y me enfadé con él cuando tardó demasiado, según entendía, en poner a Bergman o a Godard. No me reconozco ahora en esa falta de aprecio, ni en este enfado. Pero también con eso aprendí el valor y la importancia de revisar las películas y las filmografías.


Muchas cosas. No sé. Todo eso pensé el viernes pasado por la noche, mientras sonaban unos acordes de la banda sonora de Vértigo y aparecía Garci en blanco y negro presentando la película. La deuda es grande. Y no es sólo mía. Comentándolo con amigos a lo largo de los años, creo que el programa de Garci marcó mucho a muchas personas.


Aprendí con él una forma de transmisión del amor por el cine y de hablar de una película, algo más amplio que «sí, está bien» o «bah, regular» y más que reproducir su argumento.



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